cuando nos damos cuenta
de que el suelo bajo nuestros pies
no está tan sólido como lo habíamos imaginado,
suplicamos tu misericordia.
Al ver lo que hemos construido
derrumbarse alrededor de nosotros,
sabemos bien lo pequeños que realmente somos
en este frágil planeta al que llamamos nuestro hogar,
siempre cambiante, siempre en movimiento.
Sin embargo, nos has prometido que nunca nos olvidarás.
No nos olvides ahora.
Mucha gente tiene miedos hoy en día.
Esperan en temor al próximo temblor.
Escuchan los gritos de los lastimados en medio de los escombros.
Vagan por las calles en estado de shock a causa de lo que ven.
Y llenan el aire polvoriento con gritos de dolor y los nombres de los muertos desaparecidos .Confórtalos, Señor, en este desastre.
Se su roca, cuando la tierra no deja de sacudirse,
y refúgialos bajo tus alas, cuando sus casas ya no existan.
Envuelve en tus brazos a los que murieron de repente este día.
Consuela los corazones de los que lloran
y alivia el dolor de los que están al borde de la muerte.
Traspasa, también, nuestros corazones con tu compasión,
nosotros, los que miramos desde lejos
como los más pobres de este lado de la tierra encuentran sólo miseria tras miseria.
Sacúdenos este día a actuar con presura,
a dar cada día con generosidad,
a trabajar siempre por la justicia ,
y orar sin cesar para aquellos sin esperanza.
Y una vez que los temblores hayan cesado,
las imágenes de destrucción hayan dejado de ser noticia,
y nuestros pensamientos vuelvan a las preocupaciones de cada día,
no olvidemos que somos todos tus hijos,
y ellos, nuestros hermanos y hermanas.
Todos obra de tus manos.
Porque, aunque se muevan las montañas y se destruyan las colinas,
tu amor nunca nos abandonará,
y tu promesa de paz nunca cambiará.
Nuestro auxilio está el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y siempre. Amén.
(Colaboración de Jorge Alegre)